Buztinaga. La casa y sus moradores


la casa, el etxe, es un miembro permanente de la comunidad

La casa en Vasconia, como es ampliamente conocido, trascendía la noción convencional de una mera estructura edificada o el sitio habitado por una familia específica:

“En la vida comunitaria, la casa, el etxe, es un miembro permanente de la comunidad, el sujeto de los derechos y deberes en el Valle, el sujeto de obligaciones permanentes con respecto a otras casas o con respecto al conjunto, ya se trate del sistema de barridiak, de los trabajos colectivos o de otras obligaciones codificadas. Los miembros de cada generación, etxekoak, y en particular los que ejercen la autoridad y la representación exterior de la casa: etxekonausie ta etxekoandre, asumen los derechos y deberes que les confiere y deben cumplir las obligaciones que les impone”.

Gracias al Apeo de 1727, se nos brinda una visión detallada de la composición de la comunidad habitacional en aquel período. En ese tiempo, se contabilizaban 109 casas vecinales, 29 casas en alquiler y cuatro deshabitadas en el área. Dentro de las casas vecinales se encontraban notables edificaciones como los palacios de Echeniquea, Echebeltz, Apeztegui y Hugalde.

Una tendencia prevalente entre aquellas familias que prosperaron en el siglo XVIII era la de enriquecer, mejorar o construir la casa familiar. En Erratzu, se pueden observar edificios con dos torres en sus fachadas, como Iriartea o Echeniquea, mientras que otras siguieron patrones más cercanos a la arquitectura tradicional, como Sumusua o Buztinaga.


Escudo del Valle del Baztán

En cuanto a la estructura de Buztinaga, esta abarca alrededor de 700m2. Es de diseño rectangular y tres pisos, además de un desván, el techo de dos aguas con tejas canal lo corona. Su construcción emplea mampostería, con esquinales y marcos de aperturas en sillar, mientras que los muros ostentan un acabado blanco. La fachada principal integra un espacio enlosado en el segundo nivel, proporcionando acceso a la entrada principal. A lo largo del costado izquierdo, se extiende un balcón continuo en el tercer nivel. En la parte posterior, un porche cubierto con columnas da paso a una escalera que desciende al primer nivel. Además, se encuentra rodeada por pequeñas construcciones destinadas al almacenamiento de cosechas, hierbas y herramientas agrícolas.

Siguiendo con la fachada, se observa el escudo del valle, una característica común en muchas viviendas locales. Sin embargo, si algún residente de la casa lograba reconocimiento por sus méritos, podía lucir un victor, como muestra de su distinción. En nuestro caso, la casa exhibe dos victores que aún se conservan: uno en honor al obispo de Pamplona Juan Lorenzo Irigoyen y Dutari, y otro a Miguel José Irigoyen Dolarea, obispo de Zamora y Calahorra.


La misma familia ha ocupado la casa desde antes de 1590 hasta tiempos recientes

formaron parte de la élite local y participaron en lo que se conoce como la “Hora navarra del siglo XVIII

La misma familia ha ocupado la casa desde antes de 1590 hasta tiempos recientes. Esta emparentó con otras influyentes familias del valle, y a través de sus genealogías aparecen apellidos y lazos de parentesco con Goyeneche, Iturralde, Barreneche, Echenique, Narvarte, Borda, Gastón y Elizacoechea o Dolarea. La presencia de estos apellidos refleja la estrecha conexión de la familia con importantes figuras al servicio de la monarquía.

Estas personas formaron parte de la élite local y participaron en lo que se conoce como la “Hora navarra del siglo XVIII”, un término acuñado por Julio Caro Baroja en su obra. Este fenómeno, ampliamente estudiado, señala cómo las casas que se renovaron en el valle y las destacadas obras de arte sacro en sus iglesias atestiguan el momento en que los habitantes de estas localidades alcanzaron altos niveles de poder en la Administración, el Ejército y la Iglesia. Esta familia en particular disfrutaba de una posición destacada tanto en el valle como fuera de él, con vínculos familiares y amistosos en la Corte, Cádiz y los territorios americanos. Aunque el comercio fue fundamental para el ascenso social de la familia, no solo en Madrid sino también en México y Guatemala, sus principales preocupaciones fueron las carreras eclesiásticas.

Desde el siglo XVII al XIX las casas con las que la familia tiene especial cercanía por parentesco fueron, Unandeguía, la casa vecina, Sumusua, también cercana, y Echeniquea situada en el barrio de Iñarbil. Emparentaron en 1784 con los Dolarea de Gaztelu -con miembros entre la comunidad de comerciantes de Cádiz-, y la familia Gastón de Iriarte de la casa Iriartea, una de las familias más destacadas por sus trayectorias en la Corte, en el Ejército y otros ámbitos. La endogamia entre los palacianos y casas fuertes favorecieron la acumulación del patrimonio y la colocación de algunos jóvenes en casas de parientes que los ayudaron.

Mencionaremos brevemente a los dos hijos de Buztinaga por los que todavía penden los victores en la fachada de la casa.


Juan Lorenzo Irigoyen y Dutari (Errazu, 1712-Pamplona, 1778)

Los padres de Juan Lorenzo Irigoyen fueron Pedro Irigoyen Echenique y María Dutari Buztinaga, heredera de la casa. La trayectoria de ascenso de la familia del joven Juan Lorenzo se asemeja a la de otras familias navarras vinculadas al comercio en Madrid. Un miembro de la casa Buztinaga, Juan Dutari, en la primera mitad del siglo XVIII, acumuló su riqueza como comerciante establecido en Madrid junto a su socio y pariente Juan Bautista Iturralde, quien ostentaba el título de marqués de Murillo y ocupaba la Secretaría de Estado y del Despacho de Hacienda bajo el reinado de Felipe V.

Juan Dutari brindó apoyo en sus estudios a su sobrino Juan Lorenzo Irigoyen. Estudió Gramática y Filosofía en Pamplona, Teología en Alcalá de Henares, y fue enviado a Roma para obtener un beneficio, sirviendo al cardenal napolitano Troyano Acquaviva, quien ejercía como embajador de España. En 1747, Juan Lorenzo obtuvo una canonjía en la catedral de Jaén, que canjeó por una de las dignidades seculares en la catedral de Pamplona, específicamente el priorato de Velate. Durante su residencia en Pamplona, mantuvo estrechas conexiones con su familia y su lugar de origen. Así mismo, en este período fue un gran benefactor del Santuario de San Miguel de Aralar promoviendo varias iniciativas de renovación del Santuario, la imagen del titular, el acondicionamiento del camino de acceso o la publicación de un libro sobre la historia de la devoción y el lugar de culto encargado al capuchino P. Burgui.

En 1768, ascendió al episcopado de Pamplona, asumiendo un papel clave en la edificación de los dos seminarios de Pamplona: el Seminario Episcopal y el Seminario Conciliar (1777). Además, impulsó iniciativas benefactoras en las parroquias de su diócesis, además de ejercer una intensa labor pastoral y emprender reformas en el clero.

A lo largo de su vida, Juan Lorenzo se destacó por su constante participación en obras de caridad, llegando incluso a desprenderse de lo necesario para ayudar a los necesitados. En su localidad natal, impulsó y financió la construcción del claustro adyacente a la parroquia. Su vida llegó a su fin en Pamplona el 21 de marzo de 1778, dejando una reputación de santidad.


Miguel José Irigoyen Dolarea (Errazu, 1789 – Calahorra (La Rioja), 1852)

Nació en Errazu del matrimonio formado por Miguel Fernando Irigoyen y Rosa Dolarea. Al fallecer su madre, siendo niño, fue enviado a vivir con su tío canónigo de Segovia, Fermín Lorenzo Irigoyen que se encargó de criarlo y educarlo. A su muerte en 1799, coincidiendo también con la de su padre, pasó a residir con otro pariente canónigo de la catedral de Pamplona, Pedro Vicente Echenique. Estudió en la Universidad de Zaragoza y Oñate, donde se doctoró en Cánones. En 1807, por la presencia de familiares en el cabildo y sus antecedentes, fue elegido canónigo de la catedral de Pamplona.

En 1822 el Gobierno liberal exigió al obispo que designara un gobernante para la diócesis, uno que abrazara la Constitución política de la Monarquía sin resistencia. En conformidad con este pedido, antes de su partida, concedió el cargo de gobernador del Obispado de Pamplona al canónigo Miguel José Irigoyen.

Irigoyen manifestó su clara oposición a la participación de los clérigos en los actos bélicos de los realistas. Siguiendo su convicción, suspendió las funciones sacerdotales de un grupo de clérigos que habían participado en acciones violentas a favor de los realistas.

Sin embargo, esta postura lo llevó a ser detenido por los absolutistas el 11 de noviembre de 1823 en el seminario episcopal. Aunque el Cabildo se resistió a que fuese sometido a juicio civil, finalmente el obispo entregó a Irigoyen a la autoridad del Cabildo y nombró jueces para el proceso: el prior Judas Tadeo y los canónigos M. J. Goñi y J. A. Muguiro, con el fiscal R. I. Fernández. Durante el juicio, afirmó su deseo de evitar la guerra civil, sosteniendo la compatibilidad entre la religión católica y la Constitución. Como resultado, fue absuelto y retomó sus actividades en 1825.

En marzo de 1831, fue ascendido a arcediano de la Tabla, y en 1836 recibió el nombramiento de la Diputación para ser parte de la Junta de Supresión de Conventos. No obstante, rechazó tal designación. El 27 de enero de 1837, el Cabildo lo seleccionó como vicario general de Pamplona, cargo que ocupó hasta 1847. En las elecciones generales de 1837, su persona fue propuesta como senador por Navarra, siendo nombrado oficialmente el 24 de marzo de 1838 por la Reina Gobernadora.

Posteriormente, el 10 de septiembre de 1847, su nombre fue propuesto para el obispado de Zamora, obteniendo la aprobación en Roma el 17 de diciembre y siendo consagrado en la catedral de Pamplona el 15 de marzo de 1848. Luego, el 20 de mayo de 1850, fue designado como obispo de Calahorra, donde asumió el cargo el 1 de octubre de ese mismo año, y finalmente falleció en esa posición el 18 de marzo de 1852.

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